Buscapié | Por Ariel Orama López

Chata

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Samuelito lo ha visto todo. Sus ojos, tan diáfanos como nuestra esperanza, oscilan al compás de sus puños precoces y de un “mutis” que lo engrandece en pantalla. Chata: como la nariz -real y simbólica- del púgil tatuado que hace las veces de antihéroe, aunque nos enfade desde las gradas. Como la piel lacerada del que recibe cantazos y, a pesar de ello, queda erguido en un segundo para alcanzar su sustento y hacer patria. Como “un asunto o negocio poco rentable”, alias pelea callejera o deporte de pocos, diría la RAE. Chata: como las promesas económicas falsas, las agendas partidistas ocultas y las intrigas políticas en un país que, desde hace años, se desangra. Aun así, se mantiene en la esquina incómoda del cuadrilátero de las quimeras. De las batallas.

La historia de El Chata es la perorata realista de la diáspora. Las ilusiones del realismo mágico del que desea un futuro mejor desde adentro, pero sin su patria: en las “afueras” americanas.

Evoca a un oasis turbio en donde la sangre y la desnudez se purifican, cual catarsis, en las aguas de la desilusión: desnudo frente al patriarca. En donde el sexo y las pasiones otorgan un minuto de placer, para olvidar las malas andanzas. Alude a un país donde las mujeres se ponen los guantes cuando es necesario asumir las riendas del hogar o hacer justicia. Devela a un seudo “locus amoenus”, empobrecido, casi artificio, de larga espera, estruendoso, cíclico: como la vida muchas veces en Puerto Rico. Como el filme que incomoda, pero te hace reflexionar sobre las carencias de un país en “guasábara”.

Papillón (Modesto Lacén) se viste muy bien de redentor y seductor en los pasadizos del alcantarillado. Y ves imberbes que transitan por ese túnel del bajo mundo, como si nada. Como si no sucediese en la realidad borincana. Unos pelean para ganar a escondidas, mientras otros, no quieren perder en público: esa es la imagen vívida del filme, la que acaricia mis retóricas: mis reflexiones con sustancia. Ambas fuerzas emergen como hijas del espectáculo de Debord y se esconden: lo hacen a través de un embudo enorme o espiral infinito en donde siempre se escupen los problemas. Donde se depuran las tragedias: los errores generacionales, los puños y las matanzas.

Ya lo grita el subtexto del filme. En la supervivencia -sea en el “ring” o en Puerto Rico-, o “clinch” o golpes bajos.

“Aquí todos tenemos mucho que perder”.

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